Interiores del espectro físico: Valentina Attolini
En Property Journal nos complace compartir esta crítica escrita por M.S. Yaniz, en la que se analiza el trabajo de la artista emergente Valentina Attolini. Con un enfoque único que desafía los límites del arte visual y lo sensorial, Attolini ha consolidado una propuesta que fusiona lo pictórico, lo escultórico y lo performático. Su obra, que aborda materiales poco convencionales y sensaciones indescriptibles, representa una voz fresca y sólida dentro del arte contemporáneo mexicano.
Paradoja: en los límites del fin de la representación
la exaltación de lo visual se convierte
en residuo de lo visual y sugiere incursión sensorial.
- Helio Oiticica
Era el año 2018. En el centro de Tlalpan había una exhibición colectiva en TACO (Talleres de Arte Contemporáneo). Entre la diversidad de obras de una muestra estudiantil había unas pinturas que llamaron mi atención. Eran pinturas en términos de un discurso sobre las superficies, la profundidad de campo, los colores, la superposición y su disposición en el espacio. Pero no tenían ningún material típicamente pictórico. En vez de pigmentos, las obras consistían en una serie de medias tensadas sobre el bastidor. El lienzo apenas existía en las transparencias del nylon. Imagino que por los materiales poco típicos ella llama a estas obras esculturas, pero es un pensamiento pictórico. No se pregunta tanto por crear cuerpos rodeables como por la mirada sobre una superficie, y las medias al estar dispuestas en el espacio público de la galería, tensan los supuestos sobre la intimidad y el interior de un cuerpo visible.
Esas pinturas se quedaron años en mi memoria. Hasta días recientes supe que eran piezas de Valentina Attolini (1998), quien de esas primeras intuiciones plásticas ha desarrollado un sólido cuerpo de obra. La siguiente vez que vi obra de Attolini fue en diciembre de 2023, en su muestra individual “Es un lugar que no existe”, curada por Ana Sofía Esteva. Esta exposición formó parte de un ciclo de exhibiciones individuales gestionado por Sofía Táboas, quien invitó a artistas emergentes a desarrollar distintos proyectos presentados en el espacio Red de Arte Mexicana (RAM).
Aquella tarde, a unos metros de la galería, se percibía un hedor muy fuerte a mariscos. El olor se intensificaba conforme avanzabas. Había mucha gente haciendo un círculo rodeando una mesa en donde Valentina Attolini, muy elegante con unos guantes largos, estaba abriendo ostiones y personas del público pasaban a degustar en una suerte de ritual de intercambios sensoriales. La artista colocaba el jugo de los ostiones en una parrilla que lo evaporaba e intensificaba los olores. Aquello era una escultura olfativa o una pintura cuya densidad sólo era perceptible con el olfato.
Además de esa performance cuyo residuo era una pieza de olor, la muestra consistía en una serie de pinturas en gran formato. Esta vez sí eran pinturas pinturas; lienzo de lino, bastidores, pigmentos sobre una superficie y una serie de comentarios sobre los lindes de la figuración y lo abstracto. Sobre las posibilidades de la representación sin la literalidad. Esas pinturas, sugestionadas por el olor, aparecían como paisajes del interior de la piel, de las texturas viscosas de seres vivos y muertos. La erótica de una corporalidad roza en lo asqueroso dependiendo la escala. Aquellos cuadros presentaban un debate sobre la libido y la posibilidad de su enunciación en un cuerpo pictórico.
Hay muchas formas de pintar un cuadro. Hay quienes tienen un programa, quienes bocetan, quienes diagraman con IA y quienes proyectan y sobre la luz van pintando. Pero Valentina Attolini imagina imágenes y se lanza al blanco puro del lienzo. Deja irse por la sensación corporal de una primera intuición. Quizá la serie que mejor va con esta actitud es “Sónambulos, los párpados lloran”, que realizó en la Residencia SOLOS y exhibió en Espacio Unión. En esta serie Attolini hizo una veintena de monotipos de sus sueños. Acompañada por una escritura desbocada de diarios y bitácoras, la artista aterrizó paisajes interiores en imágenes. De montañas que explotaban a ojos, plumas y horizontes. Esta serie muestra el arrojo con el que Valentina se entrega a lo pictórico. Como un surrealista que practica la escritura automática, pareciera que ella inventó una suerte de pintura automática o pintura sonámbula en la que la psique del sueño: descuidada e imaginativa, se deja ir libremente al flujo de conciencia. Como en los sueños, en los monotipos de Attolini se alcanza a percibir cierta referencialidad a cosas del mundo, pero también está presente la pura abstracción sin referente. La pura inmanencia de fuerzas sensoriales que estallan hacia un lado de la superficie y hacia otro. Nuevamente lo que se ve puede ser un deseo, una obsesión, un miedo, una memoria o, meramente, un fenómeno pictórico.
Además de pintar, a Attolini le gusta el fútbol y Mickey Mouse. Pese a saber del capital discursivo de estas dos cosas en el mundo del arte, dice que nunca se volvería una artista pikachú o una pintora del Cyber-pop. Su obra siempre es una indagación sobre las experiencias internas del espectro físico, es una quirófana materialista muy por fuera de lo cultural. Lo que ella buscó desde el principio es cómo una puede acercarse a sensaciones indescriptibles, cómo sentir aquello que no pasa por el régimen de la visualidad y, sin embargo, existe.
Sobre el crítico
M.S. Yaniz
Es crítico y curador especulativo. Cursa el Posgrado de Historia del Arte (UNAM). Se especializa en los cruces de poéticas materiales y su relación con lo político y el futuro. Ha curado exhibiciones en galerías y espacios independientes. Escribe en revistas como Onda, tripleAmpersand Journal (&&&), Gas Tv, Amigas íntimas o Tierra Adentro. Tradujo el libro inédito de Mark Fisher, Comunismo ácido, publicado por Herring Publisher en 2021.