octubre 30, 2024
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El Tuito, dulce pasado

Por Rosa María Chávez Dagostino, Edmundo Andrade Romo y Rafael Torres

El Tuito, hoy cabecera municipal de Cabo Corrientes, vivió su bonanza gracias a la caña de azúcar y sus melosos productos. Ranchos con más de mil cabezas de ganado, amplios cañaverales, palmares de coquito de aceite en el litoral, una sociedad autosuficiente y productiva, así fue El Tuito entre 1876 y 1938, cuando las tierras que se extienden desde el límite de lo que hoy es la mancha urbana hasta los peñascos de Los Arcos, allá por Puerto Vallarta, eran propiedad de un sólo dueño. De aquel esplendor solo quedan las ruinas de la Hacienda El Tuito y su trapiche, en el que fabricaban piloncillo, azúcar y aguardiente; apenas se pueden ver los basamentos de los muros de adobe que la contenían, a unos metros de un petroglifo indígena, que muestra un juego de Patholli.

No hay documentos, ni escrituras; la historia de la exitosa empresa azucarera se ha perdido casi por completo, de no ser por el testimonio de don Roberto Ávalos Castillón (1921-2001), que celosamente se guarda en un video custodiado por el cuerpo académico de Análisis Regional y Turismo del Centro Universitario de la Costa de la Universidad de Guadalajara. La información, grabada en 1998, había permanecido sin transcribirse hasta ahora.

La Hacienda El Tuito fue fundada en 1876 por dos familias que llegaron de Guadalajara. Los De la Madrid y los Michel primero buscaron un terreno adecuado para establecer un ingenio azucarero. “Yo me acuerdo perfectamente cómo se procesaba y en la forma en que venían los desniveles hasta donde estaban los hornos y las calderas para atizar con leña las calderas, por eso creo que hicieron un buen estudio del terreno”, recuerda don Roberto, quien fue presidente municipal de Cabo Corrientes entre 1971 y 1973.

Una vez elegido el lugar, reunieron trabajadores y poblaron la comunidad. Construyeron la hacienda y a un lado el trapiche, donde se procesaba la caña. Los terrenos que adquirieron para el buen funcionamiento de su industria eran vastos. “Toda la zona, desde donde están las ruinas de la hacienda hasta el lugar donde se juntan el río de la Hacienda y el de la Nogalera, eran cañaverales. El terreno, no obstante, llegaba hasta Los Arcos de Puerto Vallarta, ahí existen las mojoneras todavía, se extendía por el litoral hasta Quimixto y luego hacia la montaña, hasta un punto muy importante que es Yelapatapa”, explica.

La cosecha de la caña es de temporal, por eso la mayor actividad de la hacienda se daba con el comienzo del año. La molienda iniciaba puntualmente cada 2 de enero y no concluía hasta que la cosecha terminaba, lo que generalmente sucedía en el transcurso del mes de abril. “La molienda se hacía de una forma muy rústica, era una rueda con un diámetro como de seis metros con un eje de madera de nogal y sus travesaños hacia el eje, con un cajón en la parte de arriba, porque se impulsaba con caída de agua. La caída era como de tres metros, eso permitía que la rueda girara a buena velocidad. Luego estaban tres piezas de hierro macizo, en medio de las cuales se metía la caña para triturarla y exprimirla. Podían meterse cuatro, ocho, hasta diez cañas y todo lo absorbía”, asegura don Roberto.

Pero si la Hacienda pronto logró hacerse productiva y ser la forma de sustento de más de 60 familias, los propietarios encontraron otros problemas. “Los indios de aquella época los echaron fuera, tuvieron que huir, si no se iban los mataban. Esto fue ya llegando a 1900. Durante ese proceso los hacendados tuvieron de mayordomo a Nabor Estrada, oriundo de Ixtlahuehuey pero avecindado en Las Guásimas. Se trataba de un hombre honrado y trabajador. Como huyeron, no hubo más remedio que confiarle el capital en su integridad a don Nabor”, relata. Desde la perspectiva de Ávalos Castillón, los De la Madrid y los Michel no se equivocaron al ceder su capital a Estrada, pues este era un hombre derecho y recio, mucho más hecho a la vida del lugar que pudo mantener la hacienda trabajando y terminó por pagarles peso sobre peso todo lo que había recibido.

A la muerte de don Nabor, su viuda, Epifanía Peña pone la operación de la hacienda en manos de uno de sus trabajadores, Alfonso García, quien era el dependiente mayor de la tienda y entendía perfectamente la comercialización de los productos del ingenio. “Él conocía sólo de la tienda, ni de tierra ni de ninguna otra cosa, pero era el más capacitado. García siguió una temporadita en la tienda, que estaba donde hoy es el billar. Pero cuando doña Epifanía dejó de existir legó el capital íntegro a unos señores Robles, Enrique, Teódulo y Epifanio, sus sobrinos. Todo el capital que había pertenecido a Nabor Estrada terminó en manos de Alfonso García, quien le fue comprando a los deudos de doña Epifanía todo en abonos”, dice don Roberto. El expresidente municipal relata que García fue un buen patrón, que ayudaba a la gente y se preocupaba porque la hacienda fuera productiva. Tanto que bajo su tutela El Tuito se volvió una comunidad autosuficiente, que no sólo no necesitaba traer cosas de fuera sino que surtía de azúcar y piloncillo a toda la región.

En 1938 llegó la reforma agraria, que promulgó don Lázaro Cárdenas, la creación del ejido de El Tuito y la repartición de las tierras de García. “La meritita verdad que esa nos dio en la torre a todos. Aquí es uno de los poblados en que la repartición agraria acabó con la población. A pesar de que Alfonso les dijo a los ejidatarios: ‘Señores yo les compro la caña o se las maquilo, pero que no se pierda esta industria’. En cambio, optaron por sembrar solamente maíz y frijol, hasta que la hacienda comenzó a caerse a pedazos, porque para sostenerla hacía falta dinero”, concluye con pesar don Roberto.

Sustento y mortaja

Las palmeras han sido más que sólo parte del paisaje en las costas mexicanas, fuente de alimento, trabajo, sombra y hasta habitación.

Es un barco enorme, casi tan grande como aquellos que por la zona de Ixtapa llegaban a recoger el plátano de la Montgomery, pero éste se aproxima a la bahía en un punto ubicado mucho más al sur, por Cabo Corrientes. Su llegada anuncia a la población de Pisota la proximidad de sus fiestas, con baile, feria y hasta un circo que arriba al caserío también por la vía marítima. Pero para que el jolgorio llegue hace falta el intercambio. Los hombres abordo del barco buscan el coquito de aceite que los lugareños cosechan, a cambio de algunos pesos que para 1940 han logrado reunir a 60 familias en el poblado.

Las palmeras parecen haber estado en el paisaje costero del mundo desde siempre, no es así. Si la costa de Bahía de Banderas tuvo su bonanza con el coquito de aceite, o la de Colima se sostiene todavía de la producción del coco de agua, incluso si el poblado de Las Palmas, un poco más allá de Ixtapa, fue nombrado gracias a la abundancia de Palma Real que le rodeaba, es nuevamente la Nao de China una parte importante de la historia.

Así como el galeón español llevó la vainilla mexicana al continente asiático, trajo al Nuevo Continente las palmeras, plantas de un sólo tronco que desarrollan un penacho de hojas a expensas de una única yema terminal. Su belleza exótica atrajo la atención de los marineros, lo mismo que sus frutos, algunos grandes y rellenos con un agua dulzona y otros pequeños de donde se podía extraer una pulpa aceitosa.

La naturaleza de las palmeras resultó ser adecuada al clima de América, tanto que sólo las semillas que escapaban de la Nao bastaron para que en pocos años la costa del Pacífico quedara poblada por diferentes especies. Pronto se diseminó, casi como una plaga, por todo el territorio y es que en realidad se trata de una familia que se adapta prácticamente a todo tipo de ambiente. Si bien se encuentran en su mejor estado en lugares con temperaturas entre los 18 y los 30 grados centígrados, también soportan más frío, aunque su crecimiento se hace más lento. También se adaptan fácilmente a diferentes tipos de suelo y si bien la humedad ambiental arriba de 60 por ciento es imperiosa para su buena salud, pueden resistir varias semanas si esta permanece cerca del 30 por ciento.

Doña Eloisa Andrade recuerda con nostalgia aquella época en la que recogía el coquito de aceite, cuando en Pisota circulaba el dinero. Y es que tras la compra-venta venían los festejos. “¡Uh!, unos bailones que se hacían, casi nomás de pegar cachetito. Qué bonito se ponía, había peleas de gallos, tiendas de ropa, hasta venía el circo”, asegura.

La palmera no sólo es una especie que define el paisaje de las playas mexicanas, también ha sido una forma de sustento y de alimento. En Colima y Guerrero todavía se comercia con el coco de agua y sus derivados: cocadas, aceite, blanquedo y hasta glicerina. “Primero lo quebramos, sacamos la pulpa y la molemos con el nixtamal para hacer unas tostaditas, o la ponemos para hacer atole, esa es la famosa coala”, cuenta la anciana. Sin embargo, en la zona aledaña a Puerto Vallarta el coquito de aceite dejó de proveer sus delicias.

Para cocos, en Colima

El cocotero, o palma de coco (Cocos nucífera), es una sola especie con múltiples variedades, diferenciadas básicamente por el color del fruto (amarillo o verde). Las plantas sólo presentan diferencias en el tallo. El rasgo común de todas ellas es el sabor de fruto, cuya características es que es agradable, dulce, carnoso y jugoso. Su importancia económica ha hecho que se empiece a cultivar en las playas tropicales, su lugar idóneo.

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Cocos Nucífera

Las flores del cocotero son polygamomonoecious, con las flores masculinas y femeninas en la misma inflorescencia. El florecimiento ocurre continuamente, con las flores femeninas produciendo las semillas o cocos. Como el coco resulta una semilla muy resistente es propagada a grandes distancias por las corrientes marinas, llegándose a ver cocos flotando en las costas del mar de Noruega y aun con posibilidades de ser germinados después en lugares adecuados.

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Coco Nucífera

El cocotero está entre las más antiguas plantas útiles y se le explota de múltiples maneras. La pulpa seca se llama copra y contiene un 60-70% de lípidos; de la copra se obtiene aceite, utilizado en la elaboración de margarina y jabón. La madera del cocotero se utiliza para la construcción. Los habitantes de la Polinesia, Kiribati y las Islas Marshall consumen la savia del cocotero fresca; fermentada, puede conservarse y convertirse en una clase de alcohol, llamado en inglés toddy.

Las fibras que rodea el fruto del coco se utilizan para hacer cepillos, colchones y cuerdas. En las islas del Caribe, es habitual abrir las nueces de coco no maduras con un machete para extraer el agua del fruto que es una bebida refrescante. El agua interior puede permanecer hasta ocho meses en el fruto cerrado y conservar todas sus cualidades. De acuerdo con lo publicado por Juan Carlos Reyes Garza, el cocotero llegó a Colima hacia finales de 1560, y pronto se comenzó a cultivar y explotar comercialmente. Uno de los productos derivados del fruto fue un aguardiente que durante algunos años hizo competencia a los vinos ibéricos, por lo que se prohibió su producción. Hoy en día, Colima es uno de los principales productores del coco en América.

Aceite y buena sombra

Guacoyul

La palmera de coquito de aceite, también conocida como guacoyul, (Orbignya guacuyul), es muy similar al cocotero, también alcanza hasta 30 metros de altura, pero sus hojas son mucho más largas, algunas rebasan los cinco metros, por eso es la elegida cuando de construir una palapa se trata. Esta especie pude encontrarse de forma discontinua a lo largo de la costa del Pacífico, desde Nayarit hasta Oaxaca, agrupándose en palmares muy densos. Sus frutos son unas nueces ovoides de hasta 6 centímetros de largo de color amarillento y muy fibrosas, que bajo una pulpa muy
grasosa esconden de una a tres semillas.

Pero la palmera de coquito de aceite da mucho más que buena sombra. Por más de 50 años la quiebra de coquito de aceite fue la actividad preponderante de la región. La gente esperaba que el coco se secara y después se quebraba, para vender el coquito a compañías que elaboraban jabón, bronceadores o aceite para cocinar.

Para deslumbrar

La palma real (Roystonea regia) también se encuentra en la región aledaña a Puerto Vallarta, se trata de una especie cuyas hojas resaltan por su particular belleza. Si los cubanos se jactan de que tan hermosa planta ornamental da carácter a sus campos, en Puerto Vallarta se puede presumir que su abundancia dio nombre a uno de los poblados cercanos, Las Palmas. Alcanza una altura de 16 metros y su tronco no presenta tantas protuberancias como el del resto de las palmeras. Crece en terrenos llanos y montañosos, preferiblemente en terrenos fértiles y los lugares húmedos, tales como los cursos de los ríos, borde ciénagas, arroyos y cañadas. No se la encuentra en las sabanas ni en los suelos derivados de roca caliza sulfatada. Existe también en la Florida, Santo Domingo y Haití; y se cultiva en muchos países (Roig, 1974).

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Palma Real

La palma real se puede encontrar por su porte esbelto, adornando parques, carreteras y avenidas de las ciudades, pero es una planta muy útil; posee propiedades emolientes; su raíz es diurética y se emplea para expulsar las piedras del riñón y la diabetes, la arteriosclerosis, los calambres, el asma, el catarro, la circulación, las hemorragias, la lepra, el paludismo y las torceduras. En Puerto Rico la utilizan también para las enfermedades del estómago y las heridas. La madera se usa en la construcción de casas rurales, entabladuras, bastones y envases de productos agrícolas; presenta especial valor para el apicultor (Ordext, 1952), pues sus flores son muy visitadas por las abejas. El fruto, el cogollo y el ‘corazón” lo ingieren algunas personas en forma de ensalada y en guisos; también en varios países, cuando se corta la cabeza de la palma, en la cavidad que queda se desarrollan ciertas larvas de escarabajos, que tostadas constituyen un bocado exquisito.

En 1944 se creó el municipio de Cabo Corrientes y El Tuito se convirtió en su cabecera municipal, no obstante el ingenio y la hacienda desaparecieron. Actualmente su principal actividad es al agricultura; a la siembra maíz, frijol, sandía, chilte y recolección de coquito de aceite se ha sumado el turismo de aventura. A pesar de que los tiempos de bonanza han terminado, la magia en el poblado se mantiene.

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